1. UNA INTERIORIDAD SE COMUNICA
Don Bosco empieza las Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales escribiendo así: “Muchas veces me pidieron que pusiera por escrito las memorias sobre el Oratorio de San Francisco de Sales y, aunque no podía negarme, dada la autoridad de quien me lo aconsejaba, sin embargo, no me resolvía a hacerlo especialmente por tener que referirme con mucha frecuencia a mí mismo” (p. 6). Son dos aspectos diferentes: uno es la interiorización de lo vivido y el otro la comunicación de la vivencia. Don Bosco se resiste a ponerlo por escrito, pero deja entrever que lo tiene bien interiorizado. Se resiste a comunicarlo “por tener que referirme con mucha frecuencia a mí mismo”. Él lo tiene claro: se conoce a sí mismo, sabe que debe decir “detalles confidenciales”, ha hecho un camino largo y difícil en su historia de vida, ha consultado a personas sabias, se ha dejado orientar, ha discernido y ha meditado profundamente las situaciones cruciales en las que tuvo que tomar decisiones. El proceso de que la interiorización se fue dando en su vida. El otro aspecto es la comunicación de su proceso de interiorización: es más delicado. Contar o escribir cómo ha sido la interiorización y qué otros elementos, circunstancias o personas han entrado en mi vida es más delicado, porque estaba en juego, en el caso de don Bosco, más que todo la “institución que la divina providencia se dignó confiarle”.
En mi historia de vida me he encontrado con personas, bastantes, a quienes le he sugerido que escribieran su historia de vida, como medio para entrar en un conocimiento a fondo de sí mismos. Algunos lo han hecho –con más o menos profundidad-, otros han empezado y lo han dejado de hacer y otros –no pocos- han dado largas al asunto y con el pasar del tiempo han preferido seguir como venían siendo. ¿Por cuáles motivos? Las justificaciones son válidas para cada quien. Lo que sí es duro -dicen muchos, casi todos- es entrar en ese mundo de la interioridad y encontrarse con uno mismo. Mejor dejar el cofre herméticamente cerrado que descubrir el tesoro que en él se encuentra. En este ámbito de la comunicación, facilita el trabajo de la interiorización cuando la comunicación se establece con las personas que son, como escribe don Bosco, “mis queridísimos hijos salesianos”.
Con todo, por muy íntima que sea la confianza, está siempre la duda y la pregunta: “¿Para qué servirá, pues este trabajo?”. Y de inmediato don Bosco añade la respuesta: “Para que aprendiendo las lecciones del pasado, se superen las dificultades futuras; para dar conocer cómo Dios condujo todas las cosas en cada momento; y también servirá de ameno entretenimiento para mis hijos”.
Si las nuevas generaciones tienen el peligro de quedarse fuera de la casa de su interioridad, si la comunicación entre los jóvenes es cada vez más mediatizada por los medios de comunicación, si el mundo que me rodea tiende a proponer la dispersión, permaneciendo en la superficialidad o en la digitalización de la comunicación, ¿cómo llegar a hondar en la interioridad, allí donde confluyen el ser de cada quien, los otros y el misterio de Dios? ¿Cómo cultivar y mantener relaciones auténticas en las que se comparte la originalidad de cada quien y las vivencias comunes?
Condición indispensable para vivir de una manera auténtica y compartida es regresar a la interioridad que se comunica. “Conócete a ti mismo”, proclamaban los filósofos de los inicios de la filosofía griega. Y san Agustín invocaba continuamente: “Sólo busco una cosa: que me conozca, que te conozca, Dios mío”. ¿Son también estos tus deseos y tu invocación?
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